Una cata vertical muy especial ¡y en buena compañía!
Hay momentos en los que el vino trasciende la copa y se convierte en excusa perfecta para compartir. Así nació la idea de organizar en casa una pequeña reunión con amigos, a modo de club de cata improvisado, en la que cada botella se convirtió en conversación, aprendizaje y disfrute. Pelayo y Ruth de Gastroviajesruth o Laura y Álvaro, winelovers de Santiago completaron la nómina de amigos habituales en las ‘jornadas gastronómicas’ que montamos en casa.
La protagonista de la velada fue Bodega Martín Códax, con la que me une un vínculo especial. A lo largo de los años he tenido la suerte de asistir a sus encuentros “As Enoviaxes” —catas que nos llevan de viaje a otras denominaciones y países guiados por sumilleres invitados—, y también a las “Tardes do Atlántico”, donde sus vinos se maridan con la cocina de chefs que recrean la esencia de sus restaurantes en clave atlántica. Son experiencias que dejan huella y que han reforzado mi admiración por el buen trabajo de la bodega.
En esta ocasión la cita fue más íntima: una cata vertical en casa, con empanada gallega y otros bocados para picar, donde descorchamos parte de lo mejor de la gama de albariños del Salnés de Bodegas Martín Códax: un Martín Códax sobre lías 2018, el mismo vino en su añada 2020, y un espumoso de 2021 también criado sobre lías.
El maridaje fue un acierto. Planteamos una maravillosa empanada de carrilleras de rape, una selección de quesos internacionales, unos rollitos de hojaldre, salmón ahumado y un pastel de merluza que realzaron el carácter del vino y nos recordaron que pocas cosas combinan mejor que la ilusión de juntarnos para cocinar y probar los vinos que has estado guardando con mimo varios años.
La experiencia fue reveladora: comprobar cómo estos vinos crecen con el tiempo es una de las grandes maravillas del trabajo sobre lías. Los matices evolucionan, se afinan, se redondean. En boca asoman esos toques de frutos secos tan elegantes, mientras que en nariz se intensifican los recuerdos a levaduras, panadería y brioche. Una complejidad que hace que cada añada sea una historia diferente, con un lenguaje común pero con matices propios.
Más allá de la cata, lo más valioso fue comprobar, una vez más, que el vino tiene ese poder único de reunirnos, de hacernos viajar sin movernos de la mesa, y de celebrar lo que somos.